domingo, 11 de octubre de 2009

El infierno

En mi último año antes de acceder a la universidad ya tenía muy claro que lo que quería estudiar era Astrofísica en Princeton. Seguramente no era la mejor universidad de Estados Unidos donde estudiar esa carrera, pero yo la veía rodeada de la aureola de Einstein, Bohr y unos cuantos ilustres más que se pasearon por sus pasillos (por cierto, sin hacer casi nada porque ya lo habían hecho todo cuando llegaron allá).


Pero acabé estudiando ingeniería por unas cuantas circunstancias que no hacen al caso. A la mitad de mis compañeros les pasaba lo mismo. Entre nosotros incluso había uno que se había querido matricular en Bellas Artes, y digo incluso porque me parece una profesión que es la antítesis de la ingeniería (afortunadamente para el arte). El caso es que casi ninguno sabíamos lo que era la ingeniería cuando entramos y no creo que muchos lo supiéramos cuando salimos. En mi caso, lo aprendí cinco años después.


Una broma que aprendimos en la carrera es que los ingenieros españoles nos diferenciamos de los ingleses en que ingeniero viene de ingenio y 'engineer' viene de motor (engine). De hecho, a los maquinistas ferroviarios de Estados Unidos también se les llama engineers (porque manejan el motor, claro).


Durante la carrera tuvimos dos tipos de profesores: los que fomentaban el ingenio (es decir, aquellos cuyos exámenes se podían resolver si se te ocurría una idea feliz) y los que fomentaban el conocimiento estructurado (es decir, aquellos cuyos exámenes se podían resolver si tenías claras las cuatro ideas del tema correspondiente y eras capaz de desarrollarlas). El segundo caso, que parece el más adecuado para enfocar una ingeniería, dependía de que el profesor hubiera sido lo suficientemente bueno (y tú hubieras trabajado lo suficiente) como para que esas cuatro ideas se hubieran incorporado a tu subconsciente. Y esto (la combinación de estas dos últimas cosas) sucedió en tan sólo algunos casos.


Durante años me agarré a una idea que parecía reflejar lo que nos habían enseñado: ingeniería es resolver cualquier problema con el máximo rendimiento y el mínimo esfuerzo. Conceptualmente está bien y es lo que pediría cualquier empresa. El caso es que "el máximo rendimiento" suele ser la solución total del problema, cosa que todos tenemos clara. Pero "el mínimo esfuerzo" adquiere una definición compleja.


Para cada problema al que me enfrenté durante varios años aparecieron soluciones inmediatas (ideas felices). Pero con el paso del tiempo, alguna de estas soluciones me empezó a perseguir por las noches (básicamente porque trabajaba en una autopista y las operaciones de mantenimiento eran nocturnas).


Mi primer encontronzo con la realidad fue un lazo de control en el que el tiempo de muestreo que yo había configurado perturbaba de tal forma la medida que la hacía inservible. Cuando me dí cuenta de que ese podía ser el problema, retomé las ecuaciones de la carrera y calculé nuevamente lo que había medio adivinado a base de un conjunto poco sistemático de pruebas. Los resultados no tenían nada que ver con lo que yo había implementado. Coloqué en seguida los valores obtenidos de las ecuaciones y aquello comenzó a funcionar como un reloj suizo.


Empecé a ver los problemas desde otra perspectiva. Mi ingenio me seguía sirviendo. Pero tenía claro que el mínimo esfuerzo a veces requería horas de investigación, de modelización matemática, de búsqueda de estándares y de análisis estadísticos.


Y supongo que ese día empezó mi descenso a los infiernos.


Hace algunos años empecé a anotar las situaciones absurdas que vivía, no solo como ingeniero, sino también como persona. Desde el diseño de la unión de dos autopistas hasta la gestión de la cancelación de un vuelo, la falta de ingeniería y, en general, de sentido común es una constante en nuestro alrededor.


Tengo ya muchísimas páginas escritas; no solo de la ingeniería, sino también de mi vida y mis relaciones personales. También he construido absurdos yo mismo por no saber analizar las cosas con calma y por preferir el mínimo esfuerzo en algunas ocasiones. Mi gusto por la ciencia ficción ha mezclado las situaciones absurdas que describo y ha creado un personaje (al que llamo Henry) que vive en el infierno, que se relaciona con Lucifer y Miguel. Poco a poco se acabará construyendo una pequeña novela. Ya veremos lo que hago con ella.


En cualquier caso, me llama la atención que algunas de las soluciones que yo imaginaba para esos absurdos que yo veía tan evidentes se han implantado con el paso de los años. Mi esposa, Ana, me ha animado a pasar al "tiempo real". Quizás esto ayude a que algunas ideas, si son buenas, no tarden tantos años en implantarse.


No tengo mucho tiempo para escribir, así que no sé cuánta regularidad se actualizará esto. Si pasas por aquí de vez en cuando seguro que habrá novedades. Al mundo le falta ingeniería y le sobran ingenuos.

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